En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

01 julio 2009

Arrugas del alma


Se sorprendió mirándose al espejo, observando atentamente cada poro de su rostro, cada pliegue de piel. Era consciente de cómo las arrugas habían empezado a notarse. La primera vez que cayó en la cuenta fue un lunes tras un intenso y festivo fin de semana. Se vio los ojos apagados y al acercarse al espejo, pudo ver una incipiente arruguita en el extremo inferior del ojo derecho. Ahora, aquel pliegue de la piel no era sino uno de muchos, un reflejo de los años y los dolores, de las noches en vela y los madrugones, de los llantos y también de las risas. Intentó contar todos esos pliegues, ahora que destacaban cual mechas en la piel teñida por el sol. Se acercó al espejo, observando la frente. Aún esta tersa- pensó. Apenas perceptibles poros se afincaban en ella. Bajó hasta los ojos y se detuvo en ellos. Ya no recordaba la última vez que le habían brillado, o quizás si. Quizás fue sólo ayer, quizás sólo un destello inmediatamente apagado. Apenas recordaba su rostro a los veinte, al verse en las fotos, no era capaz de reconocer esos ojos llenos de esperanza e ilusión. Ahora, dos décadas después, su mirada estaba cansada de todo, no había ni rastro de la ilusión de antaño, de aquella mirada esperanzada que tenía intención de conquistar el mundo, ya el mundo se había encargado de derrotarla.
Sonrió al espejo, pero no consiguió iluminar apenitas unos centímetros cuadrados de rostro, nada parecido a cuando enamoraba el entorno con aquella sonrisa. Allí se quedó un rato más, intentando recordar que fue lo que la hizo perder tanta vida, tanta ilusión en tan poco tiempo. Decidió que no dejaría que nadie más, nunca, le arrebatara lo que nació con ella. Apagó la luz y se fue a la cama, esperando ver en la oscuridad la respuesta a todas sus inquietudes y deseando, una noche más, que el amanecer borrara al menos un par de arrugas, las más profundas, aquellas que recortaron la mirada inquieta de los veinte, aquellas que sembraron el cinismo en un alma que nació para llenarse sólo de esperanza.

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