Te sientas cada día cabizbaja, oyendo los latidos del silencio de tu alma, buscando en tus recuerdos mis palabras, tantas que nunca te dije, tantas que no preguntaste, tantas que sólo consiguen ocultarse con el estallido de tu desasosiego.
Quiero que sepas que hace mucho que deje de llorar. Aquí el dolor se transforma en un curioso letargo. No desaparecen las punzadas del alma, pero se dejan de sentir las del cuerpo. Se que ahora es el desamparo el que ocupa en tu corazón el lugar que me corresponde, pero quiero que estés tranquila, que dejes de oír de una vez todas esas voces que torturan tu desvelo, el recuerdo de tantas lágrimas que derramé, que derramamos, todo lo que nunca nos dijimos. Siento haberte dejado sola. Siento haberme ido tan pronto abandonándote a merced del vacío, inundada de desesperanza.
Ojala supiera cómo ayudarte. Después de tantos años observándote, aún no he aprendido. Nunca supe y también lamento eso. Tienes que perdonarte por no haberte despedido, por no haberme dicho lo que yo ya se, que siempre me quisiste, que siempre me amarás, que siempre adorarás el recuerdo de una madre a la que perdiste demasiado joven.
Levanta ya de esa escalera, levanta y emerge de tus trágicos recuerdos. Echa el cerrojo a los tristes momentos pasados y abre tu alma a los nuevos amaneceres. Tus días son los peldaños de esa escalera que es tu vida, esa en la que ahora te escondes y que está deseando ser levantada. Construye con tu paso los nuevos cimientos que sostendrán el futuro. ¡Arriba! Me lo debes, me lo prometiste ante todos el día de mi despedida y nunca, jamás, has faltado a tu palabra.