En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

18 diciembre 2011

Las mujeres que aman demasiado


Se levantó con un dolor agudo en el pecho, como cuando una carrera de diez kilómetros quiebra unos pulmones poco acostumbrados al esfuerzo. Desde pequeña le habían dicho que tenía que aprender a respirar. Monótona tarea la de inflar y desinflar para luego volver a empezar sin encontrar apenas beneficio. Pero estaba acostumbrada a ese dolor. Hacía años que lo identificaba con el hecho de estar enamorada. Su amiga Marie le había dicho que eso no era amor, pero !que sabía ella! Llevaba ocho años casada con un empresario por el que parecía no sentir nada, nada parecido al pulular de mariposas anidando en los intestinos, al nerviosismo que precede a una llamada, a ese dolor agudo en el pecho que le dice que algo va mal pero que es indicador de lo mucho, muchísimo que ella lo amaba. Marie no tenía ni idea de lo que era desvanecerse de pasión en los brazos de un amante, de perder la noción de las horas a su lado. Marie no tenía ni idea y, sin embargo, decía ser feliz... bah! Y ella, ella se sentía a ratos en el cielo y la mayor parte del tiempo en el infierno, pensando siempre que todo aquello era un precio justo por el hecho de haber encontrado el amor. Que demonios sabía Marie! Marie escogió a un hombre aburrido, se casó con él, se fueron a vivir a una casa que compartían con un gato y estaban pensando en tener hijos. Pero Marie nunca estaba pendiente de aquel hombre, no lo mimaba como hubiera hecho ella, ni le escribía cartas hablándole de sus sentimientos, ni sentía celos, ni sufría por amor. Marie simplemente convivía con un hombre con el que todo era demasiado... fácil.
Ella prefería su dolor en el pecho, el exquisito dolor del amor, el aturdido enjambre de abejas descarriadas por un despecho, amanecer cada día esperando la felicidad por dedicar su vida y sus momentos al hombre objeto de sus obsesiones. Aquello sí que era amor, aquel tormento de sentimientos y atenciones que la hacían sentir viva y entregada. Tan dedicada, tan obsesionada, tan entregada, tanto, tantísimo amaba que quizás a veces, como alguna vez dijo Marie, pareciera demasiado.