En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

17 mayo 2011

Rimas XVII

 

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...,
¡hoy creo en Dios!

15 mayo 2011

Mientras la tramontana. 2ª parte


       Durante la noche el viento no dejó de soplar. Erin podía imaginar los torbellinos enredados sobre los avellanos solitarios del parque. Pensaba en Isabella, peregrina en la mar, reposando sobre algún lejano arrecife con sus rojos cabellos enredados entre gorgonias. Imaginaba en su barco a Don Pedro, asido a la masa salada ¿Acaso pueden echarse raices en el agua? Hace unos años había creído sentir lo mismo y, sin embargo, se despidió de su familia sin una sola lágrima. Abrazó a sus hermanos, sonrió a sus amigos, miró a su madre inmóvil a los ojos y se marchó sin un sólo paso atrás.
El viento silbaba moviendo los tejados y las aguas. Pintaba en el cielo lienzos abstractos de vivos colores que se emborronaban en gris y se disolvían rizados junto a gotas de lluvia salada, resecando el ambiente y los ánimos dormidos de Erin.
Al amanecer, el oleaje se había llevado parte del arenal que reposaba a lo largo de la costa de Cadaqués, las barcazas más humildes habían quedado despedazadas contra los atracaderos que rodeaban la población. El mar se enturbió y el azul turquesa predominante en aquellas aguas dio paso al verde apabullado de marrón. Aquella mañana muchos barcos de pesca decidieron no salir a faenar. Erin sabía que en aquellas circunstancias era una locura sacar el kayak. Así que hizo lo que debía: preparó su equipo, montó la piragua en su 4x4 y se fue al bar de Jaume a desayunar, como cada vez, antes de partir hacia cala Joncols. En el bar le contó al Jaume su aventura del día anterior y su encuentro con Don Pedro. Jaume dejó atónito el vaso al que llevaba dos minutos sacándole brillo.

- Erin- le dijo- Don Pedro enloqueció cuando murió Isabella. Nunca terminó de construir su segunda falúa. Acabó interno en un geriátrico donde llevaba a duras penas el dolor de su pérdida. Me contaron que desapareció hace una semana, alguien le oyó balbuceando que podía oler la Tramontana y tenía que irse. Están buscándolo desde entonces, han rastreado todo el parque de Creus, pero nadie lo ha visto. No puedes coger tu piragua con este viento Erin, !Erin!-gritó-.

Pero Erin ya corría hacia su coche y corrió por aquella carretera llena de curvas en dirección a Roses, mal aparcó en lo alto del acantilado de Cala Joncols y corrió sendero abajo, sorteando las rocas, los pinos y alcornoques, los brezos que poblaban la montaña y corrió hasta la orilla de la playa buscando el Isabella. Extenuada por el esfuerzo se dejó caer en mitad de la arena, escudriñando el horizonte buscando algún indicio de su historia, de Don Pedro, del Isabella, pero su sentido sólo le devolvió la imagen gris del cielo reflejado en la mar. La Tramontana empezaba a soplar de nuevo y Erin aceptó que debía irse. Al girarse para comenzar el ascenso a la montaña, un destello rojizo surgió de un extremo de la playa. Creyendo ver una estrella de mar, se encamino en aquella dirección para devolverla al lugar a donde pertenecía. Al acercarse, comprobó que el destello rojizo eran los cabellos mojados del cuerpo desnudo y sin vida de una mujer. Temblando acaso por el viento frío, quizás por la conmoción, se quitó el anorak para cubrirla y, al hacerlo, descubrió en su cuello un objeto que reconoció: colgado de una fina cadena de plata, destellaba el nácar incrustado en una cruz de coral negro. Erin rompió a llorar.

14 mayo 2011

Mientras la tramontana. 1ª parte


         Cuando empezó a soplar la Tramontana, Erin supo que no era cierto que en el Mediterráneo no hubiera corrientes ni mareas, como le habían contado. Llegó a Girona huyendo de los tornados de su tierra y de su vida y ahora estaba metida en un buen lío. Había salido, como muchas otras veces, a palear con su piragua por las calas de Cap de Creus y hoy le había sorprendido aquel viento frío agitando las aguas. A la altura de Cala Joncols, cuando ya pensaba que iba a volcar, divisó una pequeña falúa a la que a duras penas consiguió acercarse. No debía llegar a los siete metros de eslora y en la popa, en letras azul índigo, podía leerse Isabella II. El patrón de la embarcación aferraba el toldo que cubría la mitad de la cubierta sobre proa, tensándolo firmemente a uno de los candeleros. Al verla llegar se apresuró a la aleta de estribor para ayudarla a subir.

- Es traicionera la Tramontana - le dijo a la vez que le tendía su brazo.

Don Pedro dio a Erin una manta y un tazón de sopa recién hecha. Había oído hablar de él, en Cadaqués todo el mundo conocía la historia del Isabella, una embarcación que zozobró cuando el patrón la forzaba yendo en busca de su mujer, que se ahogó entre las calas de aquel paraje y cuyo cuerpo nunca fue recuperado.

-Isabella tenía el alma salada, como el mar que tanto amaba- le contó aquel hombre.- La primera vez que la vi se asomaba a los acantilados de esta misma cala y miraba soplar la Tramontana, con fuego de marejada en sus ojos, el mismo fuego que teñía su pelo. Creo que me enamoré de ella aquel mismo día. Pocas semanas después, mientras navegábamos por las costas de Cuba, tuve la certeza de que cada día del resto de los que me quedaran querría despertar viendo aquellos ojos. Le robé al mar un pedacito de coral negro para hacerle un collar. Isabella nunca me perdonó aquello. Me dijo que el mar se cobraba siempre sus prendas y así fue: un día se la llevó a ella. Vengo aquí cada año, por el aniversario de su muerte y retorno al mar todas las cosas que alguna vez le robé, desde las conchas que cogí de pequeño, hasta una estrella de mar que adornó mi primera barcaza. Cada año devuelvo una de esas cosas, con la esperanza de que el mar me entregue al menos el cuerpo sin vida de Isabella, pero amanece cada día de cada uno de los doce años que hace que se fue y su cuerpo nunca regresa. Isabella era una excelente nadadora. Hacía travesías a nado por entre estas costas a las que amaba. Aquel día se levantó la Tramontana mientras yo dormitaba. Cuando desperté fue demasiado tarde. Intenté llegar hasta ella y la vi desaparecer ante mis ojos, el mar se la cobró. Ella siempre había dicho que, al morir, quería volver al mar, pero en el mar murió y el mar la enterró, ni tan siquiera me dejó despedirme. Construí el Isabella II para volver cada año a buscarla, para venir a enterrar con ella cuantas cosas debí no haber cogido jamás. Y ahora ya sólo me queda esto.

Don Pedro abrió la mano y mostró a Erin una cruz de coral negro que colgaba de una fina cadena de plata. Incrustada en el centro de la cruz una franja nacarada cruzaba en diagonal. En sus extremos, casquetes de plata completaban la pieza. Al caer la tarde, cuando el viento amainó, Erin pensó que era hora de volver a casa. Mientras remaba en dirección a Cadaqués, decidió que aceptaría la invitación de Don Pedro de volver al día siguiente para acompañarle en lo que debía ser su último adiós a Isabella.  


(Continuará)

10 mayo 2011

Rimas XLII
















Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro y, un instante,
la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡y entonces comprendí porqué se llora!
¡y entonces comprendí porqué se mata!

Pasó la nube de dolor... con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

05 mayo 2011

Si me necesitas, silba

Y si alguna vez me echas de menos,
vuelve al aquel lugar que un día te dije,
donde las canciones que nos enloquecieron,
al preciso instante del cual partimos,
bajo la cálida luz que nos arropó.

Y, si un día te echo de menos,
puede que te busque en aquel mismo sitio;
bailando las canciones que a penitas te canté
y a la misma hora en que te conocí,
pero,
en la misma intersección donde te perdí,
quizás por haberme adelantado en el camino,
se apagó la luz que me iluminaba y
ahora sigo buscando, sí,
pero ni siquiera se por dónde,
porque sin tí me quedé..
completamente..
..a oscuras.