En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

15 mayo 2011

Mientras la tramontana. 2ª parte


       Durante la noche el viento no dejó de soplar. Erin podía imaginar los torbellinos enredados sobre los avellanos solitarios del parque. Pensaba en Isabella, peregrina en la mar, reposando sobre algún lejano arrecife con sus rojos cabellos enredados entre gorgonias. Imaginaba en su barco a Don Pedro, asido a la masa salada ¿Acaso pueden echarse raices en el agua? Hace unos años había creído sentir lo mismo y, sin embargo, se despidió de su familia sin una sola lágrima. Abrazó a sus hermanos, sonrió a sus amigos, miró a su madre inmóvil a los ojos y se marchó sin un sólo paso atrás.
El viento silbaba moviendo los tejados y las aguas. Pintaba en el cielo lienzos abstractos de vivos colores que se emborronaban en gris y se disolvían rizados junto a gotas de lluvia salada, resecando el ambiente y los ánimos dormidos de Erin.
Al amanecer, el oleaje se había llevado parte del arenal que reposaba a lo largo de la costa de Cadaqués, las barcazas más humildes habían quedado despedazadas contra los atracaderos que rodeaban la población. El mar se enturbió y el azul turquesa predominante en aquellas aguas dio paso al verde apabullado de marrón. Aquella mañana muchos barcos de pesca decidieron no salir a faenar. Erin sabía que en aquellas circunstancias era una locura sacar el kayak. Así que hizo lo que debía: preparó su equipo, montó la piragua en su 4x4 y se fue al bar de Jaume a desayunar, como cada vez, antes de partir hacia cala Joncols. En el bar le contó al Jaume su aventura del día anterior y su encuentro con Don Pedro. Jaume dejó atónito el vaso al que llevaba dos minutos sacándole brillo.

- Erin- le dijo- Don Pedro enloqueció cuando murió Isabella. Nunca terminó de construir su segunda falúa. Acabó interno en un geriátrico donde llevaba a duras penas el dolor de su pérdida. Me contaron que desapareció hace una semana, alguien le oyó balbuceando que podía oler la Tramontana y tenía que irse. Están buscándolo desde entonces, han rastreado todo el parque de Creus, pero nadie lo ha visto. No puedes coger tu piragua con este viento Erin, !Erin!-gritó-.

Pero Erin ya corría hacia su coche y corrió por aquella carretera llena de curvas en dirección a Roses, mal aparcó en lo alto del acantilado de Cala Joncols y corrió sendero abajo, sorteando las rocas, los pinos y alcornoques, los brezos que poblaban la montaña y corrió hasta la orilla de la playa buscando el Isabella. Extenuada por el esfuerzo se dejó caer en mitad de la arena, escudriñando el horizonte buscando algún indicio de su historia, de Don Pedro, del Isabella, pero su sentido sólo le devolvió la imagen gris del cielo reflejado en la mar. La Tramontana empezaba a soplar de nuevo y Erin aceptó que debía irse. Al girarse para comenzar el ascenso a la montaña, un destello rojizo surgió de un extremo de la playa. Creyendo ver una estrella de mar, se encamino en aquella dirección para devolverla al lugar a donde pertenecía. Al acercarse, comprobó que el destello rojizo eran los cabellos mojados del cuerpo desnudo y sin vida de una mujer. Temblando acaso por el viento frío, quizás por la conmoción, se quitó el anorak para cubrirla y, al hacerlo, descubrió en su cuello un objeto que reconoció: colgado de una fina cadena de plata, destellaba el nácar incrustado en una cruz de coral negro. Erin rompió a llorar.

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