Cuando era niño creía
en las hadas. Mi cuento favorito era Peter Pan. Una vez se lo dije a
mi mejor amigo del colegio y se rió tanto de mi que dejé de
hablarle. Ojalá pudiera aun creer en las hadas. Le pediría a
Campanilla que trajera sus polvos mágicos para hacer que Ana
olvidara que quiere dejarme. Anoche le pedí que se quedara a dormir
por última vez. “No voy a cambiar de opinión”- me dijo, pero se
quedó. Ni siquiera tuve el valor de intentar hacerle el amor, estaba
demasiado desanimado. Ana se iba después de tres años y yo no podía
hacer que eso no ocurriera. No había pegado ojo en toda la noche. La
oía respirar a mi lado y repasaba mentalmente cuantas cosas habían
pasado entre nosotros en todo ese tiempo. No se en qué momento de
nuestra historia conseguí dormirme. Me despertó el olor a café.
Ana se había levantado temprano y la oía trastear por la casa. Me
engañé pensando que quizás preparaba el desayuno, ¿un picnic para
la montaña, quizás? Sabía que no, que recogía sus cosas, tal y
como me había dicho, para desaparecer de una vez de mi casa y de mi
vida. Hacía algunas semanas que sabía que aquello llegaría y
durante ese tiempo no había hecho nada por evitarlo. Es curioso, no
siento mucho dolor. Durante los últimos días, desde que me lo dijo,
he intentado llorar pero no he podido y, aún así, me encantaría
que apareciera Campanilla con sus polvos mágicos. Eso, o que me
llevara al país de nunca jamás para seguir siendo siempre joven, si
es que aún lo soy. Es como si aceptara el fin de una etapa en la que
Ana ya no puede estar... o quizás es que no quiero aceptarlo nunca
jamás.
En busca de la excusa...
NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.
17 diciembre 2012
19 julio 2012
Academia Platón
Javier contemplaba por
undécima vez aquel edificio. Llevaba toda la tarde rondándolo.
Varias veces se había acercado a la puerta acristalada sin atreverse
a hacer sonar el timbre. De nuevo sacó de su bolsillo el recorte del
periódico del domingo y releyó:
“Academia Platón.
Todo en
ciencias y artes.
Podemos enseñarle cualquier cosa que usted quiera
aprender”.
Dobló cuidadosamente el recorte y volvió a guardarlo.
Contempló la fachada de la academia. A simple vista no difería
mucho de ninguna otra que hubiera visto o hubiera intentado visitar
ya. Trató de retener la vana esperanza que le había llevado ante
aquella puerta, sin ella no sería capaz de entrar. Inhaló
profundamente, contuvo el aire unos instantes y volvió a exhalar,
obligándose a desprenderse también del miedo. Avanzó hacia la puerta
decidido, recordando con cada paso los momentos que le habían
llevado a aquella situación. Recordaba las últimas semanas que pasó
con su madre, en cada vez que no estuvo cuando debió, en la agonía,
el dolor, la desesperanza, en el último y tardío adiós. Pensó en
su padre, en el día en que también llegó tarde para decir adiós,
siempre pendiente del trabajo, de sus pasatiempos, de sus necesidades. Añoraba con tristeza cuantos amigos dejó atrás. Pero pensaba
sobre todo en Marta, en la última vez que la vio, en el día en que
ella le dijo que sería la última vez, en todas las veces que la
echó de su lado para decirle de nuevo que volviera. Echaba de menos las
cosas que nunca hizo con ella, todas las veces que no la amó, todas las ocasiones en las que ella le había necesitado. No había
vuelto a verla. No había conseguido olvidarla.
Su silueta se reflejaba
ya en las letras doradas. Levantó el brazo dispuesto a hacer sonar
el timbre. Alguien abrió apresuradamente la puerta para salir y le
increpó: -¿Vas a entrar?
Javier asintió
indeciso y cruzó el umbral. Llevaba en sus manos un
impreso descargado de la red y cumplimentado cuidadosamente en
mayúsculas. Lo abrió para leerlo antes de depositarlo en el buzón
de “nuevas solicitudes” que encontró en el mostrador.
Satisfecho, salió del
edificio. Una sonrisa se leía en sus ojos. A partir de ahora su vida
cambiaría. Por fin aprendería a dejar de equivocarse.
10 julio 2012
Cartas. Al adiós
Te
busqué por siglos hasta encontrarte. Hace dos vidas te intuí entre
los árboles, esperaba el amor y elegí no verte. Aquel día cantabas
con las aguas y ni ellas lograban ahogar tu arrullo, más yo te
rechazaba. Vino ella, aparece siempre que me niego a estar contigo, y
con ella me quedé eternidades. Viví una vida más esperándote sin
aceptarte, encontrándote sin buscarte, navegando destinos lejanos
fingiendo no intuirte, sintiéndote cerca, rechazando tu espacio. Con
mis pasos te alejabas, más nunca más que lo suficiente para no
verte, para no saber que estabas. Hoy por fin te he vislumbrado. He
aceptado tu presencia con desgana y lo he entendido: no hay nada más
que hacer, es hora de marcharse. Despedirse lo justo, cerrar las
puertas con llave sin mirar atrás, para no transformarme al hacerlo
en estatua de sal. El infierno no arde, quema el adiós, cual metal
incandescente tatuado en el alma. Pero ha llegado el día y por fin
lo acepto, porque ahora se que es lo mejor para mi, porque se que sin
mi no soy absolutamente nada, porque no habrá nadie nunca que me
quiera como yo, porque amarme y saber decir adiós es todo uno,
porque intenté alejarme de ti durante años y ahora se que eras mi
amigo, fiel compañero de enseñanzas, maestro de libertades,
apuntador de lecciones aprendidas.
Hoy
me voy contigo, cerrando puertas a mi paso, engrasando bisagras por
si acaso, con el paso de los años, me olvido de que hay idas que no
tienen retorno.
30 junio 2012
Cartas. A la luz
¿Dónde estás amanecer? ¿Dónde se esconde tu sincronía? Anoche me observé navegando entre rayos de luna pero no me reconocía. Una sombra no es oscuridad, me dijiste y, sin embargo, en mis insomnes paseos por el desaliento, no veo más que azul oscuro, casi negro y desespero, como en tantas entradas en las que se ubicaban los sentimientos bajo la etiqueta de "desvaríos".
Sí, puede llegar a ser larga la noche. ¿No es cierto, amanecer? Incluso en estos meses de verano, en los que la luz vive una vida alegre, una larga fiesta con pocas horas de descanso y, sin embargo... a veces parece que no quisieras despertar, amanecer, pero ¿por qué?
Son extrañas horas las de la noche, oh, divino sol. ¿Son locura o lucidez? Lucidez para ordenar el universo, colocar cada estrella en su lugar, hacer dibujos de luces sobre el tapiz negro y soñar con viajar a una estrella lejana donde la luz sea siempre luz y no linternas destellantes y alejadas, que parecieran acaso estelas de lo que pudo ser y locura para no vencer la cordura de ver luz donde sólo hay reflejo. Extraño juego el de la noche.
Pero hoy he decidido que voy a velar tu sueño, amanecer, que no voy a dejar que te atormenten insomnes, ni te despierten ululares, ni cri cris, ni cantos ebrios. Hoy voy a quedarme para verte dormir, para ver qué placer encuentras cuando descansas tus cabellos sobre el lecho del horizonte. Hoy te prometo que no permitiré que me venza el sueño, que contaré los minutos de tus desvelos para hacer descuento al final y devolvértelos. Pero prométeme, amanecer, prométeme que cuando despiertes lucirás tu mejor sonrisa, deslumbraras los campos con tus desperezos y acunaras al mundo entre tus brazos de luz. Promete, por favor, que darás los buenos días con tu mejor vestido para que consiga olvidarme durante el día que también existen sombras y no sólo tú, oh luz.
10 marzo 2012
21 días
"Claro, Luis. Seguro que esta vez lo consigues"-le dije.
Hace dos días Luis apareció indignado: con la revista, con el artículo y hasta con el periodista que lo escribió. Balbuceaba algo así como que en lugar de "21 días de calendario" debieron haberlo titulado "21 días de calvario". Luis había dejado de dejarlo. De fumar, digo. Los últimos días le habían parecido los más largos de su vida.
Dejé a Luis fumando y protestando y me fui a comprarle la moto a mi hijo. Me había librado de elegir los azulejos, pero a los jóvenes se les da mejor eso de la perseverancia, uno ya está cansado. Mientras veíamos las motos me acordaba de aquella "vespino" color chicle que conducía Gloria y de las veces que fuimos en ella hasta el campo para hacer el amor con el único alumbrado de las estrellas. Han pasado más de 21 años pero yo no he conseguido olvidarla. A veces me pregunto si no será por eso por lo que me he vuelto viejo.
12 enero 2012
Simplemente AMOR (con mayúsculas)
- Entonces no estabas conectada con nada.
- Hace nada no lo estaba y ahora todo tiene sentido.
- Te vi
- Me viste
- Te vi esta mañana y supe que sería hoy.
Y así fue como ella lo supo, supo que a partir de entonces no debía sino estar atenta y vivir, por fin, después de tantos años, ser capaz de amar sin perderse, de soñar sin enterrarse, de mantenerse firme sin enfadarse. Como si el big bang hubiera vuelto a componer todas las partículas del universo en una esfera perfecta porque ahora todo encajaba.
- Yo no te vi pero ahora puedo verte y se donde estás y se donde estoy y resulta que ahora todo es muy fácil, todo es claro, todo fluye.
Y por primera vez no quiso dormir, quiso disfrutar serenamente del latido de su corazón, sentir en su pecho el merecido compás de la felicidad, amarle con cada poro con la certeza de que sería para siempre porque su ombligo se enraizaba al mundo y de allí siempre tendría sustento, como siempre debió haber sido, como por fin había logrado aprender. Se incorporó y quiso volver a fundirse con él. Ahora sería distinto, ahora ninguno de ellos aplastaría al otro, estaban sostenidos por amor verdadero, por el que te hace crecer, ese que cada día consigue que seas un individuo mejor y más grande, sin dudas, sin rencores, sin dolor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)