En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

17 diciembre 2012

Un cuento de vuelta



           Cuando era niño creía en las hadas. Mi cuento favorito era Peter Pan. Una vez se lo dije a mi mejor amigo del colegio y se rió tanto de mi que dejé de hablarle. Ojalá pudiera aun creer en las hadas. Le pediría a Campanilla que trajera sus polvos mágicos para hacer que Ana olvidara que quiere dejarme. Anoche le pedí que se quedara a dormir por última vez. “No voy a cambiar de opinión”- me dijo, pero se quedó. Ni siquiera tuve el valor de intentar hacerle el amor, estaba demasiado desanimado. Ana se iba después de tres años y yo no podía hacer que eso no ocurriera. No había pegado ojo en toda la noche. La oía respirar a mi lado y repasaba mentalmente cuantas cosas habían pasado entre nosotros en todo ese tiempo. No se en qué momento de nuestra historia conseguí dormirme. Me despertó el olor a café. Ana se había levantado temprano y la oía trastear por la casa. Me engañé pensando que quizás preparaba el desayuno, ¿un picnic para la montaña, quizás? Sabía que no, que recogía sus cosas, tal y como me había dicho, para desaparecer de una vez de mi casa y de mi vida. Hacía algunas semanas que sabía que aquello llegaría y durante ese tiempo no había hecho nada por evitarlo. Es curioso, no siento mucho dolor. Durante los últimos días, desde que me lo dijo, he intentado llorar pero no he podido y, aún así, me encantaría que apareciera Campanilla con sus polvos mágicos. Eso, o que me llevara al país de nunca jamás para seguir siendo siempre joven, si es que aún lo soy. Es como si aceptara el fin de una etapa en la que Ana ya no puede estar... o quizás es que no quiero aceptarlo nunca jamás.

19 julio 2012

Academia Platón



Javier contemplaba por undécima vez aquel edificio. Llevaba toda la tarde rondándolo. Varias veces se había acercado a la puerta acristalada sin atreverse a hacer sonar el timbre. De nuevo sacó de su bolsillo el recorte del periódico del domingo y releyó: 
                         
“Academia Platón. 
Todo en ciencias y artes. 
Podemos enseñarle cualquier cosa que usted quiera aprender”. 
                
Dobló cuidadosamente el recorte y volvió a guardarlo. Contempló la fachada de la academia. A simple vista no difería mucho de ninguna otra que hubiera visto o hubiera intentado visitar ya. Trató de retener la vana esperanza que le había llevado ante aquella puerta, sin ella no sería capaz de entrar. Inhaló profundamente, contuvo el aire unos instantes y volvió a exhalar, obligándose a desprenderse también del miedo. Avanzó hacia la puerta decidido, recordando con cada paso los momentos que le habían llevado a aquella situación. Recordaba las últimas semanas que pasó con su madre, en cada vez que no estuvo cuando debió, en la agonía, el dolor, la desesperanza, en el último y tardío adiós. Pensó en su padre, en el día en que también llegó tarde para decir adiós, siempre pendiente del trabajo, de sus pasatiempos, de sus necesidades. Añoraba con tristeza cuantos amigos dejó atrás. Pero pensaba sobre todo en Marta, en la última vez que la vio, en el día en que ella le dijo que sería la última vez, en todas las veces que la echó de su lado para decirle de nuevo que volviera. Echaba de menos las cosas que nunca hizo con ella, todas las veces que no la amó, todas las ocasiones en las que ella le había necesitado. No había vuelto a verla. No había conseguido olvidarla.
Su silueta se reflejaba ya en las letras doradas. Levantó el brazo dispuesto a hacer sonar el timbre. Alguien abrió apresuradamente la puerta para salir y le increpó: -¿Vas a entrar?
Javier asintió indeciso y cruzó el umbral. Llevaba en sus manos un impreso descargado de la red y cumplimentado cuidadosamente en mayúsculas. Lo abrió para leerlo antes de depositarlo en el buzón de “nuevas solicitudes” que encontró en el mostrador.
Satisfecho, salió del edificio. Una sonrisa se leía en sus ojos. A partir de ahora su vida cambiaría. Por fin aprendería a dejar de equivocarse.

10 julio 2012

Cartas. Al adiós


Te busqué por siglos hasta encontrarte. Hace dos vidas te intuí entre los árboles, esperaba el amor y elegí no verte. Aquel día cantabas con las aguas y ni ellas lograban ahogar tu arrullo, más yo te rechazaba. Vino ella, aparece siempre que me niego a estar contigo, y con ella me quedé eternidades. Viví una vida más esperándote sin aceptarte, encontrándote sin buscarte, navegando destinos lejanos fingiendo no intuirte, sintiéndote cerca, rechazando tu espacio. Con mis pasos te alejabas, más nunca más que lo suficiente para no verte, para no saber que estabas. Hoy por fin te he vislumbrado. He aceptado tu presencia con desgana y lo he entendido: no hay nada más que hacer, es hora de marcharse. Despedirse lo justo, cerrar las puertas con llave sin mirar atrás, para no transformarme al hacerlo en estatua de sal. El infierno no arde, quema el adiós, cual metal incandescente tatuado en el alma. Pero ha llegado el día y por fin lo acepto, porque ahora se que es lo mejor para mi, porque se que sin mi no soy absolutamente nada, porque no habrá nadie nunca que me quiera como yo, porque amarme y saber decir adiós es todo uno, porque intenté alejarme de ti durante años y ahora se que eras mi amigo, fiel compañero de enseñanzas, maestro de libertades, apuntador de lecciones aprendidas.
Hoy me voy contigo, cerrando puertas a mi paso, engrasando bisagras por si acaso, con el paso de los años, me olvido de que hay idas que no tienen retorno.

30 junio 2012

Cartas. A la luz


¿Dónde estás amanecer? ¿Dónde se esconde tu sincronía? Anoche me observé navegando entre rayos de luna pero no me reconocía. Una sombra no es oscuridad, me dijiste y, sin embargo, en mis insomnes paseos por el desaliento, no veo más que azul oscuro, casi negro y desespero, como en tantas entradas en las que se ubicaban los sentimientos bajo la etiqueta de "desvaríos".
Sí, puede llegar a ser larga la noche. ¿No es cierto, amanecer? Incluso en estos meses de verano, en los que la luz vive una vida alegre, una larga fiesta con pocas horas de descanso y, sin embargo... a veces parece que no quisieras despertar, amanecer, pero ¿por qué?
Son extrañas horas las de la noche, oh, divino sol. ¿Son locura o lucidez? Lucidez para ordenar el universo, colocar cada estrella en su lugar, hacer dibujos de luces sobre el tapiz negro y soñar con viajar a una estrella lejana donde la luz sea siempre luz y no linternas destellantes y alejadas, que parecieran acaso estelas de lo que pudo ser y locura para no vencer la cordura de ver luz donde sólo hay reflejo. Extraño juego el de la noche.
Pero hoy he decidido que voy a velar tu sueño, amanecer, que no voy a dejar que te atormenten insomnes, ni te despierten ululares, ni cri cris, ni cantos ebrios. Hoy voy a quedarme para verte dormir, para ver qué placer encuentras cuando descansas tus cabellos sobre el lecho del horizonte. Hoy te prometo que no permitiré que me venza el sueño, que contaré los minutos de tus desvelos para hacer descuento al final y devolvértelos. Pero prométeme, amanecer, prométeme que cuando despiertes lucirás tu mejor sonrisa, deslumbraras los campos con tus desperezos y acunaras al mundo entre tus brazos de luz. Promete, por favor, que darás los buenos días con tu mejor vestido para que consiga olvidarme durante el día que también existen sombras y no sólo tú, oh luz.

10 marzo 2012

21 días


La semana pasada mi amigo Luis me anunció, por enésima vez, que iba a dejar de fumar. Había leído en no se qué revista científica que el ser humano tarda exactamente veintiún días (21) en coger un hábito o en perderlo. Él afirmaba que 21 días era poco tiempo y que entonces sería fácil de conseguir porque en esas poquitísimas semanas lo tendría todo hecho. No quise desanimarle recordándole cuántas tantas otras veces había querido dejarlo, sin conseguirlo, ya que tampoco recordaba cuánto tiempo había pasado desde su anuncio hasta el abandono de su abandono de hábito. Pensaba yo entonces que si quizás pudiera estar 21 días ignorando a mi mujer, ella dejaría de pedirme que fuéramos a elegir los azulejos del cuarto de baño y que si seguía negándole a mi hijo durante 21 días la moto, el se aburriría y no tendría que comprársela. Recordé también cuando de joven le dije a una novia que tuve que dejaría de verla durante un tiempo, para así conseguir olvidarla. Seguramente pasarían entonces más de 21 días sin vernos y de esto puede que haga ya más de 21 años. ¿No fue allá por el 83? No volví a ver a Gloria pero nunca he olvidado aquellos ojos castaños, ni aquella melena negra, ni su sonrisa cuando hacíamos el amor, ni aquellas largas conversaciones hasta el amanecer...

"Claro, Luis. Seguro que esta vez lo consigues"-le dije.

Hace dos días Luis apareció indignado: con la revista, con el artículo y hasta con el periodista que lo escribió. Balbuceaba algo así como que en lugar de "21 días de calendario" debieron haberlo titulado "21 días de calvario". Luis había dejado de dejarlo. De fumar, digo. Los últimos días le habían parecido los más largos de su vida. 
Dejé a Luis fumando y protestando y me fui a comprarle la moto a mi hijo. Me había librado de elegir los azulejos, pero a los jóvenes se les da mejor eso de la perseverancia, uno ya está cansado. Mientras veíamos las motos me acordaba de aquella "vespino" color chicle que conducía Gloria y de las veces que fuimos en ella hasta el campo para hacer el amor con el único alumbrado de las estrellas. Han pasado más de 21 años pero yo no he conseguido olvidarla. A veces me pregunto si no será por eso por lo que me he vuelto viejo.

12 enero 2012

Simplemente AMOR (con mayúsculas)


Se derramaba en sus senos como gotas de lluvia. Plácida y medida calidez. "Te he echado de menos"- le dijo y se echó sobre él buscando su sincronía. Han pasado apenas unos veinte años, ¿demasiados en la vida de una persona?, muy pocos en la historia del mundo. Después de tanto tiempo por fin lo había comprendido, había llegado el momento de dejar de desesperanzarse, de dejar de sufrir. Oyó su historia y le pareció que había sido hacía tres vidas y, sin embargo, aquella noche estaba allí, sobre él, sintiendo latir su estómago, como si hubiera sido ayer cuando jugaban a la cuerda en el patio del colegio.

- Entonces no estabas conectada con nada.
- Hace nada no lo estaba y ahora todo tiene sentido.
- Te vi
- Me viste
- Te vi esta mañana y supe que sería hoy.

Y así fue como ella lo supo, supo que a partir de entonces no debía sino estar atenta y vivir, por fin, después de tantos años, ser capaz de amar sin perderse, de soñar sin enterrarse, de mantenerse firme sin enfadarse. Como si el big bang hubiera vuelto a componer todas las partículas del universo en una esfera perfecta porque ahora todo encajaba.


- Yo no te vi pero ahora puedo verte y se donde estás y se donde estoy y resulta que ahora todo es muy fácil, todo es claro, todo fluye.

Y por primera vez no quiso dormir, quiso disfrutar serenamente del latido de su corazón, sentir en su pecho el merecido compás de la felicidad, amarle con cada poro con la certeza de que sería para siempre porque su ombligo se enraizaba al mundo y de allí siempre tendría sustento, como siempre debió haber sido, como por fin había logrado aprender. Se incorporó y quiso volver a fundirse con él. Ahora sería distinto, ahora ninguno de ellos aplastaría al otro, estaban sostenidos por amor verdadero, por el que te hace crecer, ese que cada día consigue que seas un individuo mejor y más grande, sin dudas, sin rencores, sin dolor.