En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

19 julio 2012

Academia Platón



Javier contemplaba por undécima vez aquel edificio. Llevaba toda la tarde rondándolo. Varias veces se había acercado a la puerta acristalada sin atreverse a hacer sonar el timbre. De nuevo sacó de su bolsillo el recorte del periódico del domingo y releyó: 
                         
“Academia Platón. 
Todo en ciencias y artes. 
Podemos enseñarle cualquier cosa que usted quiera aprender”. 
                
Dobló cuidadosamente el recorte y volvió a guardarlo. Contempló la fachada de la academia. A simple vista no difería mucho de ninguna otra que hubiera visto o hubiera intentado visitar ya. Trató de retener la vana esperanza que le había llevado ante aquella puerta, sin ella no sería capaz de entrar. Inhaló profundamente, contuvo el aire unos instantes y volvió a exhalar, obligándose a desprenderse también del miedo. Avanzó hacia la puerta decidido, recordando con cada paso los momentos que le habían llevado a aquella situación. Recordaba las últimas semanas que pasó con su madre, en cada vez que no estuvo cuando debió, en la agonía, el dolor, la desesperanza, en el último y tardío adiós. Pensó en su padre, en el día en que también llegó tarde para decir adiós, siempre pendiente del trabajo, de sus pasatiempos, de sus necesidades. Añoraba con tristeza cuantos amigos dejó atrás. Pero pensaba sobre todo en Marta, en la última vez que la vio, en el día en que ella le dijo que sería la última vez, en todas las veces que la echó de su lado para decirle de nuevo que volviera. Echaba de menos las cosas que nunca hizo con ella, todas las veces que no la amó, todas las ocasiones en las que ella le había necesitado. No había vuelto a verla. No había conseguido olvidarla.
Su silueta se reflejaba ya en las letras doradas. Levantó el brazo dispuesto a hacer sonar el timbre. Alguien abrió apresuradamente la puerta para salir y le increpó: -¿Vas a entrar?
Javier asintió indeciso y cruzó el umbral. Llevaba en sus manos un impreso descargado de la red y cumplimentado cuidadosamente en mayúsculas. Lo abrió para leerlo antes de depositarlo en el buzón de “nuevas solicitudes” que encontró en el mostrador.
Satisfecho, salió del edificio. Una sonrisa se leía en sus ojos. A partir de ahora su vida cambiaría. Por fin aprendería a dejar de equivocarse.

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