Javier contemplaba por
undécima vez aquel edificio. Llevaba toda la tarde rondándolo.
Varias veces se había acercado a la puerta acristalada sin atreverse
a hacer sonar el timbre. De nuevo sacó de su bolsillo el recorte del
periódico del domingo y releyó:
“Academia Platón.
Todo en
ciencias y artes.
Podemos enseñarle cualquier cosa que usted quiera
aprender”.
Dobló cuidadosamente el recorte y volvió a guardarlo.
Contempló la fachada de la academia. A simple vista no difería
mucho de ninguna otra que hubiera visto o hubiera intentado visitar
ya. Trató de retener la vana esperanza que le había llevado ante
aquella puerta, sin ella no sería capaz de entrar. Inhaló
profundamente, contuvo el aire unos instantes y volvió a exhalar,
obligándose a desprenderse también del miedo. Avanzó hacia la puerta
decidido, recordando con cada paso los momentos que le habían
llevado a aquella situación. Recordaba las últimas semanas que pasó
con su madre, en cada vez que no estuvo cuando debió, en la agonía,
el dolor, la desesperanza, en el último y tardío adiós. Pensó en
su padre, en el día en que también llegó tarde para decir adiós,
siempre pendiente del trabajo, de sus pasatiempos, de sus necesidades. Añoraba con tristeza cuantos amigos dejó atrás. Pero pensaba
sobre todo en Marta, en la última vez que la vio, en el día en que
ella le dijo que sería la última vez, en todas las veces que la
echó de su lado para decirle de nuevo que volviera. Echaba de menos las
cosas que nunca hizo con ella, todas las veces que no la amó, todas las ocasiones en las que ella le había necesitado. No había
vuelto a verla. No había conseguido olvidarla.
Su silueta se reflejaba
ya en las letras doradas. Levantó el brazo dispuesto a hacer sonar
el timbre. Alguien abrió apresuradamente la puerta para salir y le
increpó: -¿Vas a entrar?
Javier asintió
indeciso y cruzó el umbral. Llevaba en sus manos un
impreso descargado de la red y cumplimentado cuidadosamente en
mayúsculas. Lo abrió para leerlo antes de depositarlo en el buzón
de “nuevas solicitudes” que encontró en el mostrador.
Satisfecho, salió del
edificio. Una sonrisa se leía en sus ojos. A partir de ahora su vida
cambiaría. Por fin aprendería a dejar de equivocarse.
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