Uno piensa que en la vida sólo puede ocurrir un número determinado de cosas malas o menos buenas. Con el tiempo se da cuenta de que no sólo eso no es cierto sino de que, además, las cosas buenas pasan en un suspiro y las cosas malas no dejan de suceder. Entonces, es cuando vuelve a preguntarse qué hacer para que todas las calamidades desaparezcan de la vida, para tener que dejar de pelear a diario por un momento feliz.
Siempre me he preguntado que sentido tiene trabajar durante siglos por un instante de felicidad. Al fin y al cabo, a veces incluso ni siquiera merece la pena la recompensa. Me gustaría saber porqué el mundo resulta tan difícil para algunos y tan sencillo para otros… averiguar, con qué don se otorgó a aquellos que ven de cada calamidad sólo un encuentro con el tiempo y una oportunidad para el recuerdo.
Durante todos estos años, he luchado contra tiempo y circunstancias para intentar que mi vida fuera algo bueno. He creído hacer lo que debía, he creído dedicar mi tiempo a las opciones pero no termino de encontrar mi sitio. Día a día, el amanecer me regala una nueva oportunidad que… algo, no se que… se encarga de fastidiar. Puede que sea sólo mi actitud, puede que la suerte, el destino o las circunstancias… El caso es que, de momento, todo gira sobre si mismo, creando una inercia de descontrol que no soy capaz de asumir, que no soy capaz de vencer sino tan sólo empujarla acelerando la cinética del abismo. Y en eso continúo, amaneciendo cada día con la esperanza de que algo mejore y terminando con la sensación de que las cosas no cambian, sino que sólo cambian de sitio o mutan, convirtiéndose en algo que, sinceramente, cada vez me gusta menos.
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