En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

05 mayo 2009

Camino de maderas

La vi caminar descalza ya desde el paseo. Pisaba suavemente sus pies desnudos sobre la madera mojada por el rocío de la noche. No se porque la vi, ni siquiera miraba en aquella dirección. Me había ido hasta la playa buscando la manera de ahogar mis penas marchitas, mis ilusiones caducadas, mis anhelos podridos por el tiempo y la desgana. Me acerqué al rompiente pero quizás no estaba preparado, así que me senté en la orilla, mirando al frente, dejando a mi izquierda la salida del sol. Con los primeros rayos empecé a sentirme algo mejor, le dieron algo de calor a mi cuerpo y lo agradecí. No se porqué aparté la vista del horizonte. Ella me quedaba a la espalda, pero creo que un soplo de aire me volvió la cara para mirarla. Esa misma brisa hacía bailar su pelo ocultándole un poco la cara. Aún así, pude ver sus ojos y busqué su mirada. No, no me miraba a mí, tampoco a nada que hubiera en la playa. Si acaso contemplaba, como yo hace un rato, el horizonte, pero quizás no. Siguió caminando hasta el final de la pasarela de tablones y en el último de ellos se detuvo. Como si de un ritual se tratara paró unos segundos e, inspirando, bajó su pie derecho hasta pisar la arena de la playa, después el izquierdo y se paró unos segundos más para reanudar la marcha después.
La seguí hasta que estuvo a mi izquierda, a unos diez metros de mí. Se sentó en la arena cruzando las piernas, sin apartar la vista de ninguna parte. No se cuanto tiempo estuve contemplándola, el suficiente como para ser capaz de recordar aún hoy cada detalle de su rostro y de su cuerpo. Una ráfaga de aire se llevó el pañuelo blanco que tapaba sus hombros hasta el agua, justo en frente de mí. Corrí entonces a sacarlo para devolvérselo. Cuando llegué a la orilla no lo encontraba. Enterré los pies en la arena, hasta que el agua me llegó a las rodillas, buscando el pañuelo. Sentí como el agua fresca tensaba mi piel y me despejaba, mientras el sol seguía despertando y dándome calor. Entonces volví la mirada para buscarla, para decirle que no conseguía encontrar su pañuelo, pero no estaba allí donde la dejé. La busqué con la mirada por toda la orilla, a la vez que continuaba buscando su pañuelo. Alejando la vista hasta los pinos, entonces la vi, había terminado de recorrer el camino de maderas y se perdía en el pinar. Una nueva ráfaga de aire soplo hacía mi y, en la lejanía, pude ver como llevaba en su mano el pañuelo blanco que había visto caer ante mis ojos hacía unos minutos. Entonces tomé conciencia del agua salada que me bañaba los tobillos. Con cada ola que rompía en ellos, se alejaban mis penas marchitas e iban renaciendo nuevas ilusiones. Volví cada día de aquel verano a buscar el pañuelo blanco con la vana esperanza de volver a verla. Jamás lo encontré, pero aún hoy puedo sentir sus pies descalzos sobre aquel camino de maderas.

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