En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

01 septiembre 2011

Frío



A veces parece que ha llegado el invierno sin que apenas haya arrancado el verano. De repente el frío le cala los huesos y corre a refugiarse en una manta o en varias hasta que desaparecen los temblores, si es que acaso desaparecen y es entonces cuando se pregunta cuándo dejará de tener frío estando a cuarenta grados. Y sus preguntas nunca nadie las responde porque las formula en silencio, al universo, como si los astros se dignaran alguna vez a responder las preguntas de una simple mortal. “!Vana ilusión!”- se aflige. Y continúa mirando al cielo esperando quizás por fin una respuesta, al menos un susurro en el horizonte que calme aquel malestar. Hoy ha vuelto a sentir frío. Empezó, como siempre, con un ligero escalofrío en la espalda al que siguió la punzada del pecho, allí donde alguna vez hubo alojado un corazón. Ahora ya no estaba, se había hecho añicos, una tarde cualquiera de verano, de esas que sin avisar se vuelven invierno, helando cada suspiro que encuentre a su paso. A veces piensa que el corazón se ha hecho puré y se ha escurrido hasta llegar al intestino delgado y es por eso que, en ocasiones, tiene retortijones: a su aparato digestivo, definitivamente, le sentaba mal un corazón en mal estado. Pero otras veces pensaba que seguía estando donde siempre estuvo, solo que podrido y es por eso que le daba una punzada cuando llega ese invierno que siempre la coge desprevenida.
Había visitado al menos a la mitad de los endocrinos, estomatólogos y digestivos que había encontrado en la provincia, pero ninguno de ellos conseguía averiguar el porqué de su mal. El endocrino la mandaba al cardiólogo, este al neurólogo y el último al estomatólogo y entonces vuelta a empezar.
“Pero, ¿dónde le duele?”. Ella se ponía una mano en el pecho y la otra en la boca del estómago para intentar expresar que, en realidad, no conseguía averiguar de donde venía aquella dolencia.
Otras veces pensaba que sólo era hambre y entonces comía y comía pretendiendo paliar su aflicción. Estas eran las mejores veces porque entonces sabía, a ciencia cierta, que había una afección en su cuerpo que provenía del aparato digestivo. Se daba masajes en el estómago contando que algo le había sentado mal y esperaba varios días a que desapareciera la molestia. Y, al menos por esos días, dejaba de pensar que puede que en su pecho no hubiera un corazón podrido, sino, simplemente, vacío.

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