En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

18 octubre 2010

Mi querido Aitor:

Por fin he reunido el valor y la templanza para hacer lo que hace años debí acometer. Todos los recuerdos de nuestra vida juntos se agolpan ahora en mi cabeza dejándome mareada y exhausta. Parece que fuera ayer y, sin embargo, ya han pasado varias vidas o, al menos, he envejecido como si así hubiera sido. A veces, cuando cae la noche y me encuentro entre las sábanas que compartimos, imagino que todo esto no es más que un muy mal sueño del que despertaré de un momento a otro. Sin embargo, al amanecer, la conciencia de la luz del día me desvela de nuevo la cruda realidad de tu verdad, de nuestra verdad. El día que lo averigüé flota en mis recuerdos como si hubiera sido un espejismo fruto de la sed de felicidad que me torturaba. Cuando tuve en mis manos aquella carta, se resolvieron en los enigmas de mis pensamientos muchas cosas, pero se abrieron en mi sentido muchos otros tormentos de futuro. Miro a nuestro hijo y me pregunto que tuve que hacer en otra vida para que en esta me castigaran de esta manera. El día que nació fue el primero que supe que algo pasaba, cuando en el paritorio de aquel hospital le preguntaba a todos donde estabas y nadie supo o nadie quiso contarme porque no estabas allí. No imaginas cómo me hizo sufrir tu madre. Jamás podrás entender lo que significó para mi verme sola en aquel momento, sin ti, sin mi familia, sin nadie que me tendiera una mano y me hiciera sentir algo de la dicha que debía estar sintiendo. Tú madre me engañó, me engañaron todos en tu casa. Me hicieron creer que me casaba con un hombre normal, si entendemos por normal alguien que, como mínimo, no desaparece durante días sin decir adonde va. Dejaron que me casara contigo sin saber el secreto que escondías, sin advertirme que condenaba mi vida al hacerlo. Dejaron que me fuera a vivir alguien que debía vivir interno, que cuidara de alguien que sólo debía ser atendido por psiquiatras.
Y el día que tuve en mis manos aquella carta... por fin cesaron mis dudas y comenzó de verdad mi tormento.
Hoy me alejo, por fin me voy de tu lado. Lo siento por nuestro hijo porque se que me necesita, porque a él si tengo la responsabilidad de cuidarle, aunque jamás consiga curarse, pero no puedo encerrarme en una casa donde todo está atado al suelo, donde los medicamentos se esconden en los cojines, donde aparecen y desaparecen enseres de valor si tú decides que así tiene que ser. Ya no puedo más. En mi cabeza se agolpan demasiadas torturas y simplemente no puedo con ellas.
Espero que lo entiendas. Se que lo entenderás. Se que, si el que lee estas letras es el Aitor al que conocí hace treinta años ya, lograrás comprender porqué tengo que dejaros. Tu familia no lo entenderá. Ellos dirán que soy una cobarde, que debí haberme quedado, que debí asumir la responsabilidad que ellos rechazaron. Sinceramente, Aitor, hace mucho tiempo que dejó de importarme lo que pensará tu familia. Hoy, sólo espero que hayas recordado tomarte la medicación y que el Aitor que lea estas letras sea aquel del que un día yo creí haberme enamorado.

Cuídate o, al menos, inténtalo.
Lena.

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