A Roger siempre le gustaron los ojos color miel de Connie. Cuando los vio por primera vez pensó que cualquiera podría perderse en ellos. Cualquiera… que no fuera él. Después de los últimos capítulos del libro de sus romances tenía muy claro lo único que podría esperar de alguien como ella. Y lo que esperaba, se lo dio ¿o no? ¿Acaso sólo dejó que pensara que se lo dio?
La miraba a los ojos intentando descubrir, una vez más, qué quería decirle con ellos. La miró durante largo rato, apenas prestando atención a sus palabras. “A veces habla demasiado”- pensaba-. "Habla, habla y no termina de decir nada. Le pregunto y responde con evasivas a todo cuanto cuestiono. Me dedica canciones que no quiere interpretar, me promete llamadas que nunca realiza, me dice, me dice pero nunca hace.”
A veces por la noche intentaba recordar su última mirada, pretendiendo que el brillo que salía de aquella quizás fuera por él, aunque puede que mirara así a todo el mundo, puede que sus ojos estuvieran permanentemente encendidos. Casi nunca recuerda lo que dice en aquel momento, solo trata de adivinar lo que sus ojos estaban queriendo decirle. Pensaba en su boca, en aquellos labios suaves con los que le hablaba; quizás aquellos labios sí conseguían ponerle algo nervioso... Se descubrió deseando besarlos, lamiendo cada uno de ellos, primero el inferior, luego el superior, luego los dos, succionando su lengua con cuidado, para que casi no se diera cuenta mientras abría un poco los ojos para comprobar que los de Connie seguían cerrados. El se separa y Connie por fin los abre, le mira y entonces Roger se pierde... Aun no ha adivinado lo que sus ojos quieren decirle pero acaba de darse cuenta de algo: está loco por ella…
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