Cuando era niño creía
en las hadas. Mi cuento favorito era Peter Pan. Una vez se lo dije a
mi mejor amigo del colegio y se rió tanto de mi que dejé de
hablarle. Ojalá pudiera aun creer en las hadas. Le pediría a
Campanilla que trajera sus polvos mágicos para hacer que Ana
olvidara que quiere dejarme. Anoche le pedí que se quedara a dormir
por última vez. “No voy a cambiar de opinión”- me dijo, pero se
quedó. Ni siquiera tuve el valor de intentar hacerle el amor, estaba
demasiado desanimado. Ana se iba después de tres años y yo no podía
hacer que eso no ocurriera. No había pegado ojo en toda la noche. La
oía respirar a mi lado y repasaba mentalmente cuantas cosas habían
pasado entre nosotros en todo ese tiempo. No se en qué momento de
nuestra historia conseguí dormirme. Me despertó el olor a café.
Ana se había levantado temprano y la oía trastear por la casa. Me
engañé pensando que quizás preparaba el desayuno, ¿un picnic para
la montaña, quizás? Sabía que no, que recogía sus cosas, tal y
como me había dicho, para desaparecer de una vez de mi casa y de mi
vida. Hacía algunas semanas que sabía que aquello llegaría y
durante ese tiempo no había hecho nada por evitarlo. Es curioso, no
siento mucho dolor. Durante los últimos días, desde que me lo dijo,
he intentado llorar pero no he podido y, aún así, me encantaría
que apareciera Campanilla con sus polvos mágicos. Eso, o que me
llevara al país de nunca jamás para seguir siendo siempre joven, si
es que aún lo soy. Es como si aceptara el fin de una etapa en la que
Ana ya no puede estar... o quizás es que no quiero aceptarlo nunca
jamás.