En busca de la excusa...

NEGÁNDOME A BLANDIR MI ESPADA, COMO SI, POR SER EL ÚLTIMO JINETE, TUVIERA EN MIS MANOS EL PODER PARA DESENCADENAR (O NO) EL APOCALIPSIS. EVIDENTEMENTE, EL FIN DE LA HISTORIA NO DEPENDE DE MI, PERO SIGO CABALGANDO POR EL MUNDO, NEGÁNDOME A ACEPTAR QUE NO EXISTE UNA PERSONA BUENA POR LA QUE MEREZCA LA PENA SALVAR DE LA QUEMA AL RESTO, COMO EN SODOMA Y GOMORRA...ASÍ QUE, CADA DÍA QUE APARECE ALGUIEN, MI MUNDO CONSIGUE UN DÍA DE VIDA MÁS.

18 marzo 2010

Déjame

Déjame beberte. ¿Cómo? Si, que me dejes beberte. Déjame aspirarte despacio, como si no tuviera mucha sed, como si solo pretendiera saborear el néctar de tu piel. Y déjame olerte, como solo pueden olerse los amantes, déjame acariciar tu sabor con mis labios, tatuar tu aroma en mi sien, atrapar tu aura con mis manos… Déjame liberar mi alma torturada. Déjame decirte que te amo…

05 marzo 2010

En algún lugar

Allá donde el sol nunca se pone y la luna jamás se va, hay una encarnizada lucha por los dones de la vida. ¿Quién ganará? ¿yo? ¿o conmigo?

02 marzo 2010

Azul de recuerdos


            Ya hacía casi ocho años que se sentía así. A veces, en su incesante ir y venir de ideas y despropósitos, se topaba de bruces con la cruda realidad de su soledad. Normalmente pasaban varios días hasta que se daba cuenta de que algo ocurría. Andaba aletargada, medio sonámbula, desvariando consigo misma sobre lo injusto de las circunstancias y entonces, de repente, se daba cuenta de que le faltaba ella, siempre ella. En ocasiones se sonreía porque entonces al menos sabía que lo que le ocurría era “solamente” porque ella no estaba. Solamente por eso… como si no fuera suficiente. Entonces es cuando imagina que, si estuviera, le diría esto o aquello o no le diría nada, pero no se sentiría tan sola porque siempre podría llorar con ella, que para eso están las madres ¿no?.
A veces, cuando alguien le pregunta por su familia, habla de manera natural de sus hermanos, ellos lo son todo para ella, pero no hay más y no siempre es suficiente.
A solas con sus pensamientos, en un vano intento de acallar las voces que torturan su mente, reflexiona sobre todo esto y le escribe largas cartas que nunca envía porque no tiene dirección a donde enviarlas:
“Ellos tienen su vida, mamá, y sus circunstancias y su corazón más o menos ocupado. El mío, esta vacío de ti, y vacío de muchas otras cosas y supongo que es tan grande que hermanos y amigos no consiguen llenarlo, así que lo siento vacío… ¡tan vacío a veces…!. Sigo echándote de menos, tú lo sabes, sigo necesitando que desapruebes cuanto hago para saber qué es lo que tengo que hacer, sigo necesitando que haya alguien en el mundo que sea capaz de perder su sueño por velar el mío, como tú hiciste en más de una ocasión. Te quiero tanto que el dolor de tu ausencia es un callo en mi alma, una dureza insalvable que puede que jamás remita. Me faltas desde hace demasiados años… me faltarás aún más… sólo espero algún día dejar de olvidar que no estás…”.


Ya hacía casi ocho años que una parte de su espíritu había dejado de estar tranquilo. Durante cada día de ocho años sintió en su interior aquel agujero negro de desasosiego, durante cada día, hasta aquella tarde. Aquel día, fue con sus hermanos a probar por primera vez la sensación de respirar bajo el agua. Apenas recuerda si vio vida alguna, quizás un pulpo, quizás algún pececillo de color. Pero sí recuerda la sensación de paz y relajación, la sensación de acogida, de estar a salvo, de protección, de total y absoluta libertad, a pesar de las ataduras de todo aquel entramado de amarres y latiguillos que llevaba colgando.

Aún hoy, dos años después, cada vez que vacía el chaleco para bajar al fondo, es como si volviera con ella, quizás porque imagina que vuelve a su interior y flota de nuevo en el líquido amniótico y respira a través de un tubo como si fuera el cordón umbilical. Durante los 40, 50 o 60 minutos que dura la inmersión olvida que fuera ella ya no está y respira a través de sus recuerdos y flota en su interior, disfrutando del silencio del útero materno, sabiendo que arriba puede estallar una guerra que allí abajo, nada habrá cambiado. A veces, mirando al azul, viendo reflejados los destellos del sol, imagina que es el aura de su madre que aparece para acompañarla y desea con todas sus fuerzas que la narcosis le provoque una alucinación y que, un día, en una de esas inmersiones oscuras y profundas, ella aparezca flotando en un cardumen de roncadores, sonriendo y levitando como sólo puede hacerse en el mar. A veces incluso desea que, en ese momento, se la lleve con ella, que la toxicidad del oxígeno le haga perder el sentido para dejar de oír voces y morir en el único sitio donde se siente feliz; despedirse con el dulce recuerdo de la narcosis e irse aleteando de la mano de su madre hasta lo más profundo, donde deja de haber luz y simplemente hay silencio.